Mi vieja de 65 años, jubilada bancaria, se enteró por este artículo que también es “casta” por haber trabajado de 7 a 17 durante 25 años en el Banco de Córdoba.
Resulta que mi papá Marcelo era empleado bancario y falleció a los 29 años, en 1988, por un tumor cerebral. Yo tenía 3 años y mi hermano apenas 5 meses.
En ese momento mi mamá Mirta era empleada de comercio y acababa de recibirse de profesora de Literatura. Pero la vida la sorprendió con la muerte de su esposo: quedó sola con un nene pequeño y un bebé.
Ella está agradecida a los compañeros de mi papá que gestionaron ante las autoridades del Banco su ingreso mediante el artículo 59 del convenio bancario 18/75.
Empezó en el escalafón más bajo tras rigurosas capacitaciones y, luego de años de aprendizaje en decenas y decenas de cursos, ascendió hasta la gerencia de dos sucursales en el interior.
En 2013 se adhirió a una jubilación anticipada y se retiró. Su amor ya lo había perdido en 1988 y la profesión que estudió quedó postergada para otra vida. Ella entró al Banco buscando una estabilidad para nosotros, sus hijos.
Casos como el de mi vieja hay un montón y siempre es necesario contarlos para que el prejuicio, el sesgo y los intereses ocultos no obnubilen a la opinión pública.
También sería oportuno nombrar en estos artículos quiénes fueron los beneficiados por la herencia de apellidos vinculados al poder. De eso, ni una letra.
Porque cuando todos son “casta”, entonces ninguno es “casta”. Y advierto que este es el clima de época que pretende instalarse también desde algunas empresas mediáticas.
Necesitamos un periodismo más humano, capaz de entender y dar a conocer que, detrás de las plantillas de Excel y operaciones del poder económico, hay personas, trabajadores y sueños.