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El duelo pendiente de las madres del Neonatal: el derecho a llorar en privado

Con el martillo del juez que selló la condena a cadena perpetua de Brenda Agüero, se cerró un capítulo doloroso que mantuvo en vilo a Córdoba durante casi tres años. Pero para las madres que perdieron a sus bebés en el Hospital Neonatal, el verdadero proceso recién comienza: el de sanar en silencio, lejos de los flashes y las cámaras de TV, y de las entrevistas incómodas.

Durante seis meses, estas mujeres revivieron una y otra vez el momento más devastador de sus vidas. Tuvieron que recordar los últimos instantes con sus hijos, describir ante extraños cómo era Francisco cuando nació, cómo se veía Benjamín en sus brazos, qué sintieron cuando les dijeron que Angeline no había sobrevivido, qué explicaciones recibieron con las muertes de Ibrahim y Melody. Cada testimonio fue un desgarro público de una herida que jamás debió abrirse.

Vanessa Cáceres, Damaris Bustamante, Yoselin Rojas, Julieta Guardia, Brisa Molina y las otras madres de los bebés sobrevivientes que formaron parte de esta tragedia compartieron su dolor con un país entero que las observaba desde la distancia, algunas veces con compasión, otras con esa morbosa curiosidad que despiertan las tragedias ajenas.

Fueron madres en los tribunales, víctimas en los medios, símbolos de una causa que las excedía. Pero antes que todo eso, fueron simplemente mujeres que perdieron a sus hijos de la manera más cruel e inexplicable.

La condena a Agüero no les devuelve a sus bebés, pero sí les devuelve algo humano y valioso: el derecho a llorar en privado. Por primera vez en más de dos años, podrán hablar de cada hijo sin que sus palabras se conviertan en titulares. Podrán recordarlos como madres y no como testigos. Podrán guardar silencio si así lo desean, sin que ese silencio sea interpretado como conformidad o descontento.

El duelo, ese proceso íntimo y personal que toda pérdida requiere, había quedado suspendido en el tiempo. Es imposible procesar la muerte de un hijo cuando constantemente se debe explicar cómo murió, cuándo murió, por qué murió. Es imposible encontrar paz cuando el dolor se convierte en evidencia judicial y la memoria de los pequeños se transforma en prueba de cargo.

Ahora, con la justicia cumplida -aunque no completamente satisfactoria para todas-, estas madres pueden comenzar a transitar el camino más difícil: el de aprender a vivir con la ausencia. Sin cámaras que registren sus lágrimas, sin micrófonos que capturen sus suspiros, sin la presión de representar a todas las víctimas de la negligencia del sistema de salud.

Algunas tal vez elijan hablar públicamente en el futuro, convertir su dolor en bandera de cambio o en mensaje de prevención. Otras quizás prefieran el anonimato, proteger la memoria de sus hijos del escrutinio público. Ambas decisiones serán igual de válidas, igual de respetables, igual de necesarias para su sanación.

La justicia cerró un expediente, pero abrió la posibilidad de que el amor materno, ese que trasciende la muerte y se nutre del recuerdo, finalmente encuentre su espacio para florecer lejos de todo. En la intimidad del hogar, en el abrazo de la familia, en el silencio reparador de quien ya no tiene que explicar su dolor a nadie más que a sí misma.

El Hospital Neonatal de Córdoba seguirá funcionando, los protocolos se modificarán, las autoridades implementarán nuevos controles. Pero en algún rincón de la ciudad, una madre seguirá preguntándose cómo habrían sido los primeros pasos de su hijo, otra imaginará su primera sonrisa, otra soñará con las palabras que nunca escuchó.

El duelo no es un espectáculo público. Es un camino que se recorre hacia adentro, paso a paso, día a día, hasta encontrar esa forma particular de paz que cada madre construye con la memoria de su hijo perdido. Ojalá todas puedan sanar.

Artículo publicado en PERFIL.com

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