El brutal incendio forestal en Punilla Norte captó la atención de los medios de comunicación nacionales durante toda una semana. La audiencia siguió minuto a minuto la cobertura y vivió la tragedia ambiental casi en primera persona.
El gobernador Llaryora y parte de su gabinete fueron hasta el lugar dos veces y vieron la catástrofe que provocó el fuego.
Incluso el presidente Milei quiso conocer la situación y sobrevoló la zona arrasada, pero no bajó a saludar a los bomberos que lo esperaban en Capilla del Monte. Todo fue contado y televisado.
Después de siete días, por fin el fuego se extinguió y los cronistas se fueron a contar otras historias. Ahora comienza el verdadero drama para los afectados, entre cenizas y un paisaje gris.
Algunas casas se quemaron completamente y esas familias perdieron todo, otras sufrieron daños parciales en sus propiedades. El desastre también es socioeconómico para ellos.
El terrible legado de los incendios forestales en las sierras de Córdoba es devastador: el daño afectará el complejo ecosistema de fauna, flora y cuenca hídrica; las economías locales de los pequeños productores agrícolas y ganaderos, así como también al sector turístico y su entramado empresarial de alojamientos y gastronomía.
En Capilla del Monte, San Esteban, Los Cocos, La Cumbre y San Marcos Sierras sus habitantes viven, esencialmente, del turismo. Pero el paso del fuego cambió ahora la fisonomía de sus encantos.
Por lo tanto, en vísperas a la temporada de verano, no se debe tomar a la ligera la eventual afectación económica-turística como secuela grave post incendios, justo en un contexto de profunda crisis por la pobreza y el exiguo nivel de ingresos de buena parte de los argentinos.
Ya no habrá cámaras de televisión ni móviles de radio en los próximos meses, cuando impacten las consecuencias del fuego arrasador en los bolsillos de los habitantes del norte del valle de Punilla. Allí tendrá que estar el Estado para remediar las dificultades, sin show mediático, sin candidaturas y sin operaciones políticas.
Foto de texto: Leonardo Guevara
